Trump no rompió con Colombia, rompió con Petro
En política internacional, las señales nunca son inocentes. Detrás de cada decisión diplomática hay una lectura de fondo, una evaluación silenciosa que mide la coherencia, la confianza y la solidez de un Estado. Por eso, la decisión de Donald Trump de cortar los subsidios a Colombia es la consecuencia inevitable de un proceso que venía gestándose desde hace meses, el progresivo deterioro de la credibilidad del gobierno de Gustavo Petro ante los ojos del mundo.
Petro ha confundido la diplomacia con la provocación, la soberanía con la confrontación y la política exterior con la ideología. Su gobierno ha jugado a tensar la cuerda con Estados Unidos, olvidando que la relación entre ambos países no se sostiene sobre simpatías personales, sino sobre confianza, cooperación y resultados. Mientras Washington buscaba señales de compromiso en la lucha contra el narcotráfico, el Palacio de Nariño ofrecía discursos ambiguos, decisiones contradictorias y una retórica que, más que acercar, terminó rompiendo la confianza.
La suspensión de los subsidios no castiga al pueblo colombiano: castiga la incoherencia del Gobierno. Durante años, esa ayuda representó más que recursos, era el símbolo de una alianza estratégica que permitió fortalecer la justicia, combatir los carteles y sostener proyectos de desarrollo en regiones golpeadas por la violencia. Hoy, esa cooperación se desmorona por la falta de claridad, por el debilitamiento institucional y por la creciente percepción de que en Colombia el crimen ya no se combate, sino que se negocia.
Lo advertí ante la Corte Penal Internacional, y el tiempo, lamentablemente, me da la razón. Las palabras de Trump no son una exageración mediática, son el reflejo de una verdad incómoda, Gustavo Petro ha gobernado del lado del narcotráfico. Desmontó los instrumentos jurídicos que sostenían la lucha contra el delito, desarticuló las estructuras de control y, mientras tanto, permitió que el país se convirtiera nuevamente en un escenario donde los ilegales mandan más que los alcaldes y los jueces.
Colombia no puede seguir ignorando los signos de su propio deterioro. El presidente de Estados Unidos calificó a Petro como “líder del narcotráfico ilegal”, una frase que, más allá del impacto político, encierra una gravedad institucional sin precedentes. Esa expresión marca el punto más bajo de nuestra reputación internacional en décadas. Es la señal de que la comunidad global ya no cree en la llamada “paz total”, sino que la ve como un proyecto de impunidad financiado con dinero sucio.
Mi denuncia ante la CPI fue un acto de responsabilidad. Porque cuando el poder se utiliza para favorecer a grupos ilegales, cuando se debilita la justicia y se deslegitima la cooperación internacional, el país entra en una peligrosa deriva moral. Colombia está perdiendo algo más valioso que el apoyo económico, está perdiendo el respeto del mundo.
Petro prometió transformar la Nación y terminó aislándola. Su improvisación diplomática, su desprecio por las instituciones y su falta de rigor jurídico nos han llevado a un escenario en el que la palabra del Estado colombiano ya no inspira confianza. Lo que antes fue una relación sólida basada en resultados, hoy es una relación fracturada por la soberbia, la incoherencia y la politización de la justicia.
El mensaje de Trump es tan duro como claro, cuando un gobierno decide gobernar del lado del crimen, el mundo se aparta. Ya no hay excusas ni discursos que puedan maquillar lo evidente. Colombia necesita recuperar el rumbo, restablecer su credibilidad y volver a ser un país que inspire respeto, no desconfianza.
La dignidad de una nación no se mide por la grandeza de sus discursos, sino por la fuerza de sus actos. Y hoy, lamentablemente, los actos del Gobierno demuestran que el país perdió el norte moral y político que lo sostuvo durante décadas. El desafío que viene es monumental, reconstruir la confianza, devolverle peso a la justicia y demostrarle al mundo que Colombia no es lo que Petro ha querido mostrar, sino lo que su pueblo aún puede rescatar.
Por Wilson Ruiz Orejuela
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