Pobreza y desempleo: muestra de la precariedad económica y social de Colombia.
En Colombia, la pobreza y el desempleo no son simples cifras en los informes del DANE; son heridas abiertas que atraviesan las calles del territorio, cada barrio marginado, cada campo olvidado, cada sector del pais vulnerado. A pesar de los discursos políticos que prometieron progreso, el país sigue atrapado en un ciclo que combina desigualdad estructural, falta de oportunidades y una economía en fase de recuperacion moderada con tendencia al crecimiento, que no incluye a todos; Colombia es un país donde la pobreza no es una estadística: es una condena que se hereda. Donde el desempleo no es una cifra, sino un drama cotidiano que se refleja en los ojos de quien sale cada mañana a buscar una oportunidad y regresa al anochecer con las manos vacías, con la sensación de no haberse cumplido.
Durante décadas nos han vendido el cuento del “país que progresa”, del “crecimiento económico” y de la “reactivación”. Pero ¿de qué sirve un crecimiento que no se siente en el bolsillo del ciudadano común? ¿De qué sirve un PIB en aumento si millones de colombianos no tienen qué comer? Las cifras oficiales pueden maquillarse, pero la realidad no se disfraza: más de un tercio del país vive en pobreza, y más de la mitad trabaja sin contrato, sin derechos, sin futuro.
La desigualdad es tan notable que parece parte de nuestra cultura. Mientras unos pocos acumulan fortunas impensables, otros rebuscan entre la basura para sobrevivir. En Colombia nacer pobre sigue siendo una sentencia. No hay igualdad de oportunidades, no hay movilidad social, y el mérito se convierte en una palabra vacía cuando el sistema está diseñado para excluir.
El desempleo juvenil es otra herida abierta. Miles de jóvenes con diplomas bajo el brazo, con sueños y talentos, se ven obligados a emigrar o a resignarse a trabajos que no valoran su esfuerzo. Se les exige experiencia, pero nadie se la da. Se les pide esperanza, pero el país no les ofrece razones para tenerla.
Y mientras tanto, los gobiernos de turno cambian los nombres de los programas sociales, anuncian subsidios, bonos y estrategias que suenan bien en los titulares, pero no cambian la vida real de la gente. No se combate la pobreza con discursos, ni con promesas vacías en campaña. Se combate con empleo digno, educación de calidad, salud accesible y un Estado que esté presente donde más se necesita: en los barrios olvidados, en los campos abandonados, protegiendo los colombianos en los hogares donde el hambre es rutina.
Colombia necesita más que planes de choque: necesita una transformación moral. Que los líderes dejen de mirar la pobreza como un tema de caridad y empiecen a verla como una deuda social. Que el trabajo deje de ser un privilegio y vuelva a ser un derecho. Que el país deje de justificar su desigualdad con la frase “así ha sido siempre”.
Porque mientras haya un niño que se acueste sin cenar, mientras un joven no encuentre trabajo, mientras un campesino tenga que vender su cosecha por migajas, Colombia no podrá hablar de paz ni desarrollo; la verdadera violencia no está en quién manipula las armas: está en la indiferencia de una sociedad que se acostumbró al dolor ajeno.
Por Dairo Mora.
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